Desde que el ser humano inventó los SMS, la habilidad del usuario empezó a desarrollar abreviaturas para poder utilizar el limitado conjunto de caracteres por mensaje. Pero fue la red del pajarito la que hizo despegar la creatividad, especialmente de los más jóvenes, para optimizar los ciento sesenta caracteres de cada twit. Condensar la expresión escrita ya no era con objetivo de reducir el coste de enviar un segundo sms, era para reducir el esfuerzo de escribir y teóricamente de leer.
Y fue así como con la expansión de la red se expandió también un nuevo código de escritura, no formalizado, casi tácitamente consensuado, irrespetuoso con las reglas de cualquier idioma, por lo que no todos los parlantes eran capaces de acceder a la comprensión del código.
Con el tiempo, las abreviaturas y sesgos ortográficos se asomaron peligrosamente a otros usos más cotidianos, otros mensajes, cartas, artículos o exámenes, empezaron a ver en sus textos anomalías frente a la regulación lingüística académica. El riesgo de estas disensiones es que quienes las cometen abogan por su derecho a escribir como les plazca y razonan con vehemencia que la ausencia de la letra h no perjudica a nadie, o que la g y la j son lo mismo, entre otras agresiones.
El lenguaje con el que los seres humanos se comunican tiene una reglas ortográficas y de puntuación que no son caprichosas, aunque ciertamente tienen una historia de evolución, que sigue viva y dentro de cincuenta años, habrá cambios frente a las normas actuales. Pero serán cambios racionales y medidos por los que tienen conocimientos suficientes para valorar si procede. El lenguaje humano es un código de relación y un uso inadecuado puede llevar a una relación inadecuada.
Para ser más elocuente, pensemos que el código de programación de un ordenador es un código fijo, un lenguaje de programación que sigue unas reglas fijadas por los creadores y mantenedores. Dos unidades no se relacionarán si el código no es el adecuado, o puede que de hacerlo entiendan instrucciones distintas. La ausencia de una coma en una sentencia de programa puede ser suficiente para que un hacker encuentre un punto débil por donde corromper el programa completo o alterar el sentido de la sentencia. Esta es la finalidad de un lenguaje, sea de programación de un ordenador o de comunicación entre humanos, la alteración no reglada de las leyes que lo rigen puede dar lugar a malentendidos, a la falta de comprensión, a instrucciones erróneas.
Y llegando al quit. Deberíamos preguntarnos si la extensión incontrolada de estas prácticas transgresoras con el lenguaje no acabará llegando a las publicaciones literarias con el paso del tiempo. Las generaciones que han crecido intensamente con el uso de la ‘jerga mensajera’ serán los futuros autores de las novelas, creaciones literarias y de artículos periodísticos, especialmente estos últimos donde la libertad editorial y los colaboracionismos da cabida a un variado estilo de textos. ¿Acabará siendo ‘xq’ el sustituto aceptado de ‘porque’, ‘por que’ y ‘porqué’?