Recientemente leí un artículo de Enrique Rey en El País, como todos los suyos, altamente recomendable.
En este caso, trata la crisis de los títulos que empieza a recorrer Europa y el mundo desarrollado.
Y he recordado a la protagonista de Sentimientos que ciegan, Serena, que bien preparada en la Universidad, ejerce funciones comerciales en una pequeña empresa de transacciones comerciales internacionales. ¿Necesita para ello un título? ¿O está realmente sobrecapacitada?
El trasfondo es llamativo. Existe una sobrecualificación para muchos puestos de trabajo y se pone en duda si realmente es necesario siquiera tener un título para ejercerlos, cuando lo que se ejercita y requiere en esa posición son cualidades humanas, bien habilidades propias que se desarrollan con el tiempo, o bien porque se tienen de nacimiento, en definitiva competencias que no precisan de una educación formal curriculada de alto nivel, sino de experiencia vital y potenciación del propio ser.
Y no se trata de opiniones de influencers, de capacidad ‘opinativa’ discutible, sino que la propia OCDE parece apuntar a ello, aunque esto no asegure la infalibilidad.
Opino que sí y opino que no, porque ninguna respuesta puede abordar el conjunto de casos. Me da que la propia sociedad es incapaz de autojuzgarse. En una sociedad que se llama a sí misma desarrollada, los individuos han observado (y han sido más que aleccionados por sus instituciones) que aquellos que tienen una mayor formación pueden encontrar más fácilmente trabajo y resisten mejor los envites económicos de una vida laboral. Tener un título no basta, es mejor tener un master y si es de una entidad extranjera reconocida, tanto mejor.
Lo que nadie informa, o nadie termina de construir la frase completa de las mejores oportunidades, es que no necesariamente de lo que al individuo gusta existe una demanda laboral proporcionada. Por consiguiente, se producen desequilibrios de oferta y demanda que ya sabemos con qué regla se miden y qué consecuencias tienen. Ante un exceso de oferta, ninguneo y remuneración a la baja; y el excedente acaba aceptando puestos de trabajo de inferior cualificación a la espera de una oportunidad futura o de un desarrollo laboral favorable, que finalmente sólo afecta – tras mucho tiempo- a una pequeña proporción.
¿Qué ocurre con este excedente? Que sí, que ha tenido quizá más oportunidades de trabajar que aquel individuo que por razones sociales o económicas no pudo prepararse; obviamente la demanda acaba seleccionando por el mismo precio la mejor oferta. Se cumple así el axioma de ‘quien está mejor preparado encuentra más fácilmente trabajo’ , pero nos enfrentamos al siguiente axioma ‘hay una sobrecualificación, luego hay titulitis’.
No, no hay titulitis, porque una sociedad más formada es una sociedad más preparada y madura. Lo que existe es un vicio de fondo laboral y social. Los oficios, aquellas profesiones manuales que se aprendían antaño cursando la universidad de la vida como aprendices de un profesional, se han visto condenadas a la precariedad y a una degradación de su imagen. Han aparecido las profesiones de cuello blanco, equivalentes al fontanero (por mencionar un oficio de cuello azul), pero de cuello blanco – con una imagen de entorno de trabajo más limpio, con más nivel, más educado- que han atraído al estudiantado. Sin que nadie les haya advertido del finito número de plazas de cuello blanco. Resultado el dicho antes. Potenciales cuellos blancos ocupados y quizá frustrados en tareas para las que están sobrecualificados. Sí, pero es que no hay vacantes para todos. Si ejerce Vd. de fontanero, le gusta la filosofía y estudia para ello, acabará siendo un fontanero filósofo, pero no se debería pensar que por ello está Vd. sobrecualificado, es un fontanero culto. Pero si primero estudia filosofía y luego trabaja de fontanero….
Pero hay otro ángulo de visión. ¿Se puede ser periodista sin haber estudiado la carrera? ¿Se puede ser escritor?
Es cierto, que el talento para escribir en cierta manera se tiene como capacidad innata, es aquel que permite combinar las palabras de manera apropiada y ordenada para transmitir los sentimientos, los pensamientos y describir las imágenes; pero ese talento solo, raras veces es suficiente si no va acompañado de cierto saber recogido con el aprendizaje y el estudio, que no necesariamente debe ir acompañado con un título. Pero no existe una titulación de escritor, aunque sí haya numerosos cursos para mejorar la técnica. Ser escritor es casi siempre un complemento a algo.
¿Y periodista? Pues me atrevo a decir que si no tiene esa titulación, alguna cultura refrendada debe tener para ello, aunque los propios de la profesión le puedan acusar de intrusismo.
¿Se pondría en manos de un médico por aprendizaje? No creo.
¿Se puede trabajar de programador sin tener título? Sí, pero ¿Eso no es intrusismo?